sábado, 23 de julio de 2011

Barrio triste: “Adanes” en un paraíso de lata


Pasó de ser cueva a ser un bosque con hojas de lata, calles de aceite y aserrín, flores de hierro y aroma a sacol. Un paraíso en el que Dios, tal vez, olvidó romper unas cuantas costillas más que acompañaran a los “Adánes” que caminan por este barrio.

En él late un corazón sagrado que suena a motor de carro y que hoy es conocido como Barrio Triste, el hogar de mecánicos, lustrabotas, vendedores ambulantes, jóvenes y muchas veces niños que encuentran en este lugar algo más que droga y repuestos para carros. Una familia de risas acompañadas de puñales guardados en los bolsillos, chistes y compañía diaria.

Este sábado cerca a las 2:00 de la tarde, no salieron las prostitutas ni los indigentes a este paraíso machista. Apenas se ve la mirada del joven de camisa amarilla, ojos azules grandes y mirada fija e intimidante cuya cicatriz de aproximadamente tres centímetros se le nota en la frente.  Zarco  de apariencia lejana que se encuentra frente a la puerta de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. Su cuerpo no está aquí como su mirada, tal vez ande nauseabundo en los delirios de alguna planta alucinógena. 

Mientras tanto Doña Ángela recorre las calles a la hora del almuerzo para vender sus cazuelas de “pescao”. Destapa la olla grande que está en el carrito de mercar para servir en recipientes de icopor, la  sopa naranja con verduras y olor a mar a sus clientes del “Aserrío Medellín” que la esperan con carcajadas salidas de las conversaciones vacías que brotan cuando no hay mucho trabajo.

Ángela María Villa no es costeña aunque la tez de su piel diga lo contrario, tiene ojos grandes y con su voz suave  vende sus cazuelas en Barrio Triste. Le entrega la sopa al señor del taller y a cambio recibe unos cuantos billetes, comienza a llover y saca la sombrilla colorida para tapar su mercancía, se moja ella el delantal con las goteras que caen de una punta rebelde.

“Yo acá soy vendedora, vendo la cazuela de pescado a dos mil pesos. Sólo trabajo en Barrio Triste porque acá tengo los clientes, hay muy buena clientela y ya llevo como 3 o 4 meses. Antes vendía en Bello, estuve como un mes allá y antes de vender la cazuela vendía en El Hueco cosas, porque yo siempre he estado en la calle”.
Ángela María Villa y Jose García

Tiene a su cargo 3 hijos y es mamá soltera, para ella lo más duro de trabajar en la calle son las condiciones a las que, como trabajadores informales, están sujetos. “Siempre me ha gustado trabajar en la calle,  tiene sus días buenos y sus días malos. A veces lo tratan de robar a uno; antier un señor me dijo que le vendiera unas cazuelas, me dijo que le devolviera que él ya me iba a pagar y se voló con la plata”. Comenta  Ángela María, añadiendo: “Yo me gano 40 o 45 mil pesos diarios y yéndome muy mal me quedan por ahí 25 o 30 mil”.

Todos los días pisa un suelo que solía llamarse Barrio Sagrado corazón, lugar que siempre ha tenido reconocimiento y su historia traspasa años de transformación urbana. Una publicación de Códice (Boletín Científico y Cultural del Museo Universitario, Medellín) dice que este era un barrio que cuando fue residencial era muy bien visto. El estatus lo obtuvo con la construcción de la iglesia del Corazón de Jesús que con sus mármoles, imágenes y vitrales encantaban a los amantes de la belleza y atraían a los ricos a casarse allí.  

Está ubicado en la comuna 10 de Medellín, La Candelaria. Un puente que cruza la Avenida San Juan lo comunica con el Centro Administrativo que alberga el complejo del poder civil y judicial de la ciudad y el departamento y con Empresas  Públicas de Medellín. Del otro lado del puente también se encuentra El Parque de los Pies Descalzos, la Plaza de la Libertad y el Centro Internacional de Convenciones Plaza Mayor.

Entre madera y tornillos todavía se escuchan voces humanas

La carpintería “Aserrío Medellín” parece de fiesta, ya los trabajadores andan degustando la cazuela de Ángela y otros con cerveza en mano hablan duro para que los de la cafetería del lado participen de la charla. La reunión de hombres gira en torno a un televisor que transmite la final del campeonato europeo de fútbol, Champions League, entre el equipo español Barcelona contra el inglés Manchester United.

Del descanso no se salvaron los que siguen alzando al hombro  tablas largas de madera que recogen de Aserrío y llevan a una jaula que mientras transcurre el partido ya va a la mitad de su carga.

Humberto Restrepo a quien le dicen mantequilla también es carpintero. “Yo hago de todo: camas, nocheros chifonieres… ¡con mi negra!” Termina la frase otro trabajador y no demora la risa en tono grave en llenar el lugar.

Humberto Restrepo "Mantequilla"
Todos entraron a la discusión de risas. ¿Usted sabe porqué le dicen mantequilla?, preguntó uno de ellos. Uno de los hombres de la cerveza en la mano se acerca y me dice: “Hay mantequilla de la buena y de la mala”, intentando resolver el misterio que hay detrás del apodo de Humberto.

Entre la multitud se distingue el de camisa rosada y hablado paisa. ¡Hijo de pobre no aguanta alimento fino!, grita Jose García a sus compañeros. ¡Venga, venga, conteste!, les dice, acompañado de una carcajada.

Ángela está todavía por los alrededores cobrando las sopas. Ella no habla, solo los ve caminar entre la cafetería del lado y la carpintería y los escucha reír de sus tonterías.

Según la publicación de Códice: “Barrio Triste, un mundo diverso”, las carpinterías en Barrio triste han estado desde siempre; se bajaron del sector de Guayaquil cuando se habilitaron locales por estar cerca a los depósitos de madera. En los talleres del tranvía, que después de los años veinte se instalaron cerca al mercado de ganados, se dio el escenario propicio para que se formaran muchos mecánicos. Los borrachos lo apodaban "Barrio Triste", tal vez porque al carecer de luz eléctrica se veía rígido y desolado.

¿Qué hago yo aquí?, dice García. “Vea mi amor, recochar todo el día, ¿no ve?, si no hay nada que hacer en este país, todos tenemos hambre.  No hay empleo, no hay nada que hacer, ya que usted vino mi vida, denos un empleito pa’ no estar aquí recochando sentados”.

“Yo sé hacer de todo, sino que no hay nada que hacer. Los impuestos nos tienen de las agallas, la persecución del gobierno con todas sus cosas nos tiene jodidos, los robos estatales. Ya ni siquiera nos atienden a los enfermos, entonces para qué seguir”.

“Mañana hay disque elecciones, elecciones de qué, a quién van a subir allá, una manada de ladrones que siguen acabando con el pueblo”. Comenta y se levanta renegando de su silla, todavía con risa.


Ya más afuera que adentro vuelve a gritar: “Lo que necesitamos para cambiar, es que Dios acabe con esto y vuelva a hacer uno nuevo. Porque ya no hay nada que hacer,  una manada de ladrones como somos todos qué más podemos hacer aquí, que más le digo si es la verdad”.

Gustavo López estaba al lado de García sentado en un mueble pequeño para el tamaño de su cuerpo. “El Reposo”, su taller, no queda cerca de aquí, sin embargo, su presencia ha acompañado a Barrio Triste desde hace 50 años, desde chiquito, dice él.

“Nosotros hacemos carros, compramos carros chocados y armamos carros viejos, no tengo el taller por acá sino por allá en Zamora. Nos va regular en el negocio porque son muy caros los repuestos, somos aproximadamente 10 personas.



Las Cuevas se fueron y varios se quedaron

Rines Culuaga, Maflo Cromos, Láminas Inoxidables, Districondor, Autovil, Encauchadora, Segundas y Salvamentos: Junior,  son algunos de los talleres y puntos de fábrica que le dan vida al lugar.


En los años 60 antes de ser talleres fueron “Las Cuevas”, inquilinatos habitados por familias que emigraban de los pueblos a la urbe y que  con el tiempo se empezaron a convertir en casas de vicio, resguardo de drogadictos e indigentes. Esto llevó a que el empleo y comercio informal tomara fuerza en el sector, para los años setenta y ochenta el barrio ya había adquirido la fama de lobo negro en la ciudad.

Por los alrededores de la Estación Cisneros del Metro camina Darío murillo, con su caja negra y morada de lustrabotas, es un poco tartamudo y su voz de niño inspira algo más que ternura. La voz de un hombre solo que encontró hace 23 años que lleva en el barrio trabajando, la madre que ya no tiene y los hijos que nunca engendró.

“Aquí hay mucho indigente, nosotros no nos juntamos con esa gente pa’ nada, esa gente es muy grosera. Ellos están aquí por el vicio, la bareta, el perico, la marihuana y el sacol. Esa gente le roba la olla, la plancha a la mamá y al papá, entonces los echan y no pueden ni arrimar al barrio por cochinos. Aquí consiguen la droga fácil, la venden por toda parte, esa gente es que son echadas de los barrios, si vuelven los matan, por eso están aquí”.
El 21 de enero de 2002 fueron muchas personas de este perfil fueron desalojadas de Las Cuevas por orden del entonces alcalde de Medellín, Luis Pérez. 1500 adictos rodeados de mecánicos y personas comunes y unos 50 menores de edad eran los que las habitaban, según la nota del periódico El Tiempo, de julio del año 2000.
El medio publicó también que tras el desalojo y la destrucción total de las dos casas de inquilinato, el ex-alcalde destino varios centros de resocialización para los indigentes. Sin embargo, 3 meses después muchos de ellos volvieron a los alrededores de Las Cuevas, junto a los talleres de mecánica, donde han permanecido hasta hoy.

Para Murillo hay en el barrio un sentimiento de unidad y trabajo: “El barrio es muy bueno, todos somos muy unidos, todo el mundo me estima aquí. Yo le lustro los zapato es a la misma gente, les cobro 1.500 o 1000 pesos dependiendo de la lustrada. Unos días me consigo 14 o 15 mil pesos, pero tengo días de 23 mil. A mí me gustó el trabajo porque no hay que hacer mas nada, nadie le va a dar trabajo con la edad que uno tiene”.


Estuvo caminando toda la mañana en el “rebusque” y aprovechó la multitud de la tienda del lado para conseguir clientes. “No tengo hijos, no tengo nada. Yo vivo en Santo Domingo porque gracias a Dios mi mamá me dejo esa casita propia, pa’ conseguirme para comer”. 


¿Qué no tiene hijos?, dijo entrometido el señor que estaba sentado en una silla cercana, “él si tiene hijos, sino mírele la barriga”, Darío se rio con él, sin agregar comentario, en cambio habló de cómo le parecía el barrio.

Los de la tienda le hacían fuerza al Barcelona mientras el señor de la silla seguía sentado indiferente. “yo no me preocupo por eso, yo me dedico es a vender repuestos de carros”, comentó.

La Alcaldía de Alonso Salazar Jaramillo, presentó las acciones que se tomaron para atender a la población indigente después del desalojo presentado en 2002. Entre las acciones se  encuentran centros de recuperación temporal, la implementación de brigadas periódicas de salud y operativos constantes para el control del tráfico de estupefacientes. Medidas que  fueron adoptadas por acción de la Personería de Medellín y la Fundación Coraje, que radica en el barrio.  Según un informe de RCN Antioquia.

Después de la iglesia de aspecto gótico y cerca al puente peatonal de San Juan hay un televisor en la esquina con la antena en la posición correcta para ver el partido, alrededor de cinco jóvenes sin silla esperan de cuclillas los goles, mientras uno de ellos termina de aspirar una botella mediana de sacol.


Aunque Las Cuevas son ahora un bosque hecho con aceite de mecánico y se encuentran allí  iniciativas sociales como la Fundación Poder Joven, Fundación Coraje, Papá Giovanni, etc. Barrio Triste es al fin de cuentas, como llamarse Maria Dolores, cargar con el segundo nombre o con el apellido de un padre anónimo y ausente que dejó a su paso un destino escrito.

Después de todo no es tristeza la de este lugar, no es el nombre el reflejo de lo que allí se vive, sino la realidad que se ignora tras un balón que pasa cargado de historia de generación en generación sin que nadie lo toque para hacer el gol de victoria.

2 comentarios:

  1. Qué buena crónica Marce, esas opiniones de los habitantes del sector están brutales. Ojalá volvás y conversés con los 1500, a ver qué es lo que pasa con en realidad con las iniciativas para rehabilitarlos. (Y muy bonita tu retórica futbolera!)

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  2. Gracias!!!, a pesar de todo es un barrio muy unido y el cambio desde las cuevas ha sido enorme...hay que volver! =) saludos

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