Se parece, sin duda, a su rostro
cuando mira con esa luz profunda
que quema las pestañas.
Es igual, su semblanza,
joven y varonil
una fuerza que podría poner a girar al mundo
en un tiempo corto.
Cómo es que no es él
si es casi idéntica su voz
arrugada y áspera como las rocas
que raspa el oído de quién la escucha.
No se me olvida aquel bosque que visitamos la última vez que
lo vi.
No, su figura yéndose con el ventarrón de la noche
partiendo del mundo
con lucha, pero sin aire.
Cómo es que todavía
me dicen que es un sueño.
si yo lo veo.
Es él quién me viene
a decir todas las noches al oído:
“Regresé para quererte lejos de las apariencias”.
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